DISCERNIR
El discernir consiste en separar lo
verdadero de lo falso.
La falta de
discernimiento nos lleva a la larga a un desequilibrio personal y por
ende influye también en el medio social donde vivimos.
Muchas veces nos
acomodamos con las circunstancias de la vida, pero eso no quiere decir que
sepamos discernir.
El hombre ha de ser en todo instante
un realizador del bien, esa es su dignidad y su misión, y es precisamente en
ese servicio al bien donde radica su señorío sobre la historia.
La tolerancia no puede entenderse
como indiferencia ante un mal que en nada nos interpela.
La conciencia de todo hombre debe
verse urgida por la llamada a hacer el bien y, por tanto, a poner los medios a
su alcance para promover en cuantos les rodean un actuar digno del hombre,
buscando también que los ambientes y estructuras en que se mueve reflejen ese
mismo espíritu.
Ahora bien, esa tarea debe hacerse
compatible con el respeto a la libertad de los demás, y ahí es donde entra en
juego la tolerancia.
¿Y qué criterio crees que hay que
emplear para distinguir cuándo una persona debe impedir lo que considera malo
y, en el caso de las autoridades, señalar las correspondientes leyes o
disposiciones coercitivas?
Es preciso hacer una valoración
moral, atendiendo con rectitud al bien común, que es la única causa
legitimadora de la tolerancia.
Debe juzgarse valorando con la
máxima ponderación posible las consecuencias dañosas que surgen de la no
tolerancia, comparándolas después con las que serían ahorradas mediante la aceptación
la fórmula tolerante.
Como ejemplo, cabría citar el caso
de un juez que decide en una ocasión concreta no castigar determinado delito y
por tanto, tolerarlo, después de haber comprobado que las pruebas de la
culpabilidad se han obtenido de un modo ilícito (por ejemplo, mediante tortura,
o a través de una escucha telefónica ilegal). Casos así en España por desgracia
estamos saturados.
Actuando así, el juez puede dejar
impune un mal comprobado, pero evitar que su decisión fomente que en adelante
otras muchas personas usen de ese tipo de prácticas ilícitas para obtener
pruebas, por considerarlo un mal mayor.
En unos casos, es algo que se
aprecia de modo casi espontáneo con el sentido moral natural de las personas.
Otros casos serán más complejos, y ese discernimiento será difícil, o incluso
muy difícil.
Foto: El Discernimiento por San Ignacio de Loyola
La necesidad de limitar el ejercicio
de la libertad externa (la interna no es propiamente restringible) solo puede
fundamentarse en el bien común, que la autoridad debe custodiar según el orden
moral natural, y no según sus propios intereses.
Porque está claro que un dictador
puede decidir como le venga en gana, si se habla de poder en el sentido de
posibilidad material de actuar, y dentro de las posibilidades de poder que
tenga en su mano.
Y una autoridad política establecida
democráticamente puede gobernar y legislar como quiera (también en el sentido
de posibilidad material de actuar), en virtud de la delegación de poder que han
hecho en ella los ciudadanos.
Pero si hablamos no solo de sus
posibilidades físicas de actuar, sino de si sus acciones son justas o no, hay
que señalar que la autoridad política tiene una serie de limitaciones en su
poder.
Y no me refiero solo a las
limitaciones que provienen del riesgo de perder las siguientes elecciones, o a
que los medios de comunicación o la propia opinión pública denuncien sus abusos,
o a que los mecanismos defensivos de la democracia puedan poner freno a sus
pretensiones.
Me refiero a limitaciones de tipo
ético. Porque está claro que la autoridad política puede actuar en contra de la
ley natural y a la vez, conseguir eludir esos riesgos que acabamos de señalar.
Pueden llegar a hacer auténticas barbaridades sin perder elecciones, sin perder
el apoyo popular, y sin que los mecanismos democráticos puedan impedirlo. De
hecho, así ha sucedido y por desgracia con bastante frecuencia a lo largo de
nuestra historia recordamos una vez más a Hitler y Stalin, por citar a los más
conocidos.
Cuando una ley o un
gobierno se desvinculan de su fundamento, que es la búsqueda del bien común, se
convierten en leyes o gobiernos injustos, España esta en este camino, Quizá por eso decía Platón que la seña de
identidad del auténtico político es haber reflexionado profundamente sobre el
sentido de la vida y sobre las cuestiones primeras, de las que dependen todas
las demás.
Porque si una ley
contradice la ley natural, ya no es propiamente ley, sino corrupción de la ley.
Saludos cordiales
Nota: (basado en un escrito de
Alfonso Aguiló)
ATENCIÓN: 28 DE OCTUBRE SAN JUDAS TADEO
http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=7043053112996498969#allposts
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